miércoles, 24 de noviembre de 2021

La epidemia de cólera de 1855 en Alcalá la Real

La segunda pandemia colérica registrada en el siglo XIX partió del subcontinente indio en 1842, llegó a Constantinopla en 1847, a Vigo en noviembre de 1853 y a Barcelona en julio de 1854. Desde esta última ciudad se extendió por todo el litoral mediterráneo. En el conjunto del territorio español, los afectados, según el Ministerio de Gobernación, fueron 829.189 y los fallecidos 263.744; lo que da una letalidad de un 31%, superior a la de la epidemia de 1833-35, según muchos investigadores, en torno al 23%.

Al igual que en el caso de la epidemia de 1834, las cifras referentes al cólera pecan por defecto. El análisis de la mortalidad indica una acusada sobremortalidad femenina, unas 160 mujeres por cada 100 hombres, y una distribución muy desigual de las edades de fallecimiento: los grupos de edad con una mayor frecuencia de muertes son adultos con edades comprendidas entre los 31 y los 60 años y niños con edades entre 0 y 4 años.

En lo que se refiere a Alcalá la Real hay que decir que la amenaza de una nueva epidemia de cólera era patente desde finales de la década  de 1840 y por ello se tomaron medidas encaminadas a su prevención. Una de ellas fue la fundación de la Junta de Sanidad el 12 de julio de 1847, en cuyas sesiones se trató este tema en diversas ocasiones. Quizá una de las decisiones que más trascendencia tendría fue la adoptada el 5 de septiembre de 1854 en la que se dio cuenta de la Real Orden de 25 de y 26 de agosto de dicho año, por la que se prohibían los cordones sanitarios y se prevenía que se diese parte de la existencia del cólera cuando estuviese científicamente justificada. A pesar de todo ello, el cólera volvió a surgir de nuevo en 1855, año en el que se registraron en Alcalá la Real un total de 100 defunciones debidas al cólera morbo (en la de 1834 fueron 583), de las que 85 tuvieron lugar en el casco urbano y 15 en las aldeas.

En la sesión municipal celebrada el 16 de junio, el síndico Gregorio de la Torre comunicó que varios vecinos le habían pedido hacer rogativa a Nuestra Señora y Patrona María Santísima de las Mercedes para suplicarle se dignara interceder con su Divino Hijo a fin de librar a esta ciudad del terrible azote del cólera morbo. El Ayuntamiento acordó celebrar rogativa-procesión el 20 de junio,  trasladando la imagen de la Virgen de las Mercedes desde Consolación hasta la iglesia de la Veracruz, algo habitual en la mayoría de las rogativas, donde debía permanecer hasta la antevíspera de su festividad.

El primer fallecimiento relacionado con el cólera tuvo lugar el día 17 de junio. No se registraron más defunciones por esta causa hasta el día 4 de julio, siendo a partir de entonces cuando se acumularon las defunciones por cólera morbo. Probablemente a lo largo del mes de junio se produjeron algunos fallecimientos más debidos a esta enfermedad sin que se hubiesen registrado como causados por el cólera morbo. Esto fue una práctica habitual en la época, en la que existía reticencia a hacer constar como causa del fallecimiento la citada enfermedad. En este sentido, el acta de la reunión de la Junta de Sanidad del 30 de junio de 1855 recoge que los facultativos de entonces tenían constancia de casos que denominaban sospechosos e incluso hablaba de fallecidos por falta de recursos. Igualmente se recomendaba qué medios higiénicos debían usarse a juicio de los facultativos para evitar la enfermedad. También se acordó prohibir la venta de pescado y de otros comestibles insanos después del 8 de julio.

En la creencia de que el cólera se transmitía por los aires contaminados, se ordenó quemar plantas aromáticas, como el romero, en las calles en las que había más contagiados por la enfermedad.

Una vez desatada y reconocida, la epidemia debió causar pánico en la población y para evitarlo en lo posible, en la sesión de la Junta del 24 de julio de 1855, se prohibió el toque de campanas a muerto y al sacramento de la extremaunción. El punto álgido de la epidemia se alcanzó en la semana del 6 al 12 de agosto, en la que se registraron 21 defunciones por cólera. A partir de entonces el número de fallecidos comenzó a remitir progresivamente hasta finalizar en los primeros días de septiembre.

La epidemia no afectó por igual a la población alcalaína y, de hecho, hubo calles en las que se acumularon un mayor número de fallecimientos que en otras; es el caso de Antón Alcalá, Rosa, La Peste y Los Caños. Así se reconoce en el acta de la Junta de Sanidad celebrada el día 13 de agosto en la que además se insta a tomar medidas higiénicas como que se queme romero y otras plantas aromáticas en las calles en las que hubiera más acometidos o a que se encalen las habitaciones en las que hubieran fallecido coléricos pobres. Otra medida acordada en esta reunión con la finalidad de prestar una mejor atención a los enfermos fue dividir el pueblo en tres secciones o cuarteles, a cargo de cada una de las cuales estaría un médico. El cuartel que registra más casos es el  primero  y más concretamente las calles cercanas al Juego Pelota.

La población se declaró libre de la epidemia colérica en la sesión de la Junta de Sanidad celebrada el día 9 de septiembre de 1855. El Te Deum de acción de gracias se cantó el día 12 de septiembre del mismo año. Sin embargo, las actas aún registrarían un último deceso por cólera el 19 de octubre de 1855.

Al igual que se ha descrito en otras poblaciones españolas, en Alcalá la Real la mortalidad por cólera afectó más a las mujeres que a los hombres. En el casco urbano, fallecieron 51 mujeres a causa de la enfermedad frente a 34 hombres. El tramo de edad más castigado por la epidemia fue el de los niños menores de 5 años, que acumuló 16 fallecimientos.  

Y también al igual que en muchas otras poblaciones españolas, dos fueron los factores que propiciaron la difusión de la epidemia colérica por la geografía alcalaína: por un lado la prohibición de los cordones sanitarios, y, por otro, la consideración de que la causa de la epidemia se hallaba ligada al aire o a la atmósfera.

    La prohibición de establecer cordones sanitarios consta en el acta ya aludida de la sesión de 5 de septiembre de 1854. Con respecto a esta cuestión y con respecto a años anteriores, se produjo un cambio en la actitud del Gobierno. Se pasó de procurar el máximo aislamiento en las poblaciones a permitir la libertad de comunicaciones, con lo cual se facilitaba la difusión de la enfermedad. Se llegó a decir que los cordones sanitarios eran sanitarios en el nombre y mortíferos en la práctica.  Esta actitud estaba determinada por los efectos económicos perjudiciales que conllevaba el establecimiento de estas medidas de aislamiento. Esta problemática también ha tenido gran eco durante la pandemia actual con motivo de los confinamientos llevados a cabo por municipios, autonomías y países.

Por otro lado, la consideración de que la  causa del cólera se hallaba en el aire y se transmitía por él en lugar de por las aguas contaminadas impidió establecer medidas más efectivas frente a la epidemia. Y de igual modo podríamos hablar en cuanto a los tratamientos, a los que ya aludíamos en una entrada anterior de este blog. Una vez más, en el desarrollo de esta epidemia, encontramos paralelismos con la pandemia actual. Los avances científicos han permitido tener un conocimientos muy rápido del agente causante de la pandemia actual, el SARS-Cov-2; muy poco tiempo después de que se declarara la pandemia en China se conocia al coronavirus e incluso se había secuenciado su genoma. Y, quizá por similitud con otros virus respiratorios, se pensó que podría transmitirse por las gotitas respiratorias en lugar de por aerosoles, como actualmente se ha comprobado; en este sentido, recordemos que al inicio de la pandemia no se vio tan necesario como después llegó a ser el uso de la mascarilla. O cómo determinadas situaciones estudiadas experimentalmente acerca de la pervivencia del virus en superficies señalaba a los objetos como posibles vectores de transmisión. Indudablemente la mejor forma de luchar contra una enfermedad infecciosa es la higiene, pero quizá se descuidaron otras formas de contagio como el contacto cercano entre individuos a través de los aerosoles. Y es que, como ya hemos repetido en distintas ocasiones, la historia nos enseña que las epidemias tienen devenires que se repiten a lo largo de los siglos y que, aún con nuestros avances científicos, constituye una herramienta importante en la lucha contra las enfermedades.


Para más información ver nuestros trabajos:

    • “El cólera de 1855 en Alcalá la Real”. Programa de la Virgen de las Mercedes, 1999, pp. 86-91.
    • “La Junta Municipal de Sanidad y el cólera de 1855 en Alcalá la Real”. Anuario de  Hespérides, VIII. Alcalá la Real, 2001, pp. 463-478.
    • “El cólera morbo asiático en Alcalá la Real”. Pasaje a la Ciencia, nº 14. Alcalá la Real, 2011, pp. 29-41.

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