lunes, 18 de octubre de 2021

Métodos curativos del cólera en la primera mitad del siglo XIX

Esta entrada sobre el cólera sigue la estela de otras previas en las que se informaba sobre la llegada de la pandemia de 1834 a España y sobre las características de esta enfermedad, abordando en esta ocasión algunos de los métodos curativos de la época, a los que se alude en distintos Boletines Oficiales de la Provincia de Jaén de los años 1833 y 1834.

El BOP nº 26, de 8 de agosto de 1833, recoge el acuerdo tomado por la Junta de Sanidad provincial, a su vez prescrito por la Junta Suprema de Sanidad del Reino, que recomienda el uso de los ladrillos de sal piedra, que, calentados al fuego, promueven el “calórico” de los enfermos. Se encargan doscientos de estos ladrillos a la fábrica de Cuenca, que es la más cercana.

En el BOP nº 30, de 17 de octubre de 1833, se hace referencia a la “Memoria sobre el cólera-morbo epidémico, observado y tratado según el método fisiológico” por F.J.V. Broussais. Este  informe, en palabras de entonces, se distingue de otras aportaciones  por las ideas teóricas y prácticas que defiende su autor, basadas en la  observación, en las inspecciones cadavéricas y en el más severo raciocinio.

Broussais comenta los tratamientos que se seguían con anterioridad al que él propone: el denominado antiguo o del cólera-morbo esporádico, el browniano y el moderado ecléctico. El primero de ellos apoya la administración a los enfermos de un cocimiento que favorezca el vómito de la bilis y, una vez quede limpio el canal digestivo, el uso de narcóticos para calmar los calambres y la irritación. El segundo, que sigue las ideas de Brown, propugna la administración de estimulantes. El moderado ecléctico favorece el empleo de varios medios: calentar al enfermo durante el periodo de asfixia y disminuir la diarrea primaria con el cocimiento de arroz, el diascordio y el opio. Resueltas la asfixia y la cianosis, se ha de calentar al colérico exterior e interiormente. Lo primero se consigue con baños calientes, fricciones secas con sustancias aromáticas y estimulantes, ladrillos calientes y la franela. Lo segundo con bebidas calientes, que pueden ir desde las más fuertes (aguardiente y ponche) a las más suaves (borrajas y manzanilla, de moda esta última), completado con acetato de amoniaco, éter y sustancias alcohólicas. En caso de que aparezcan náuseas se puede utilizar el opio. En una segunda fase, y si hay mucha calentura, se debe sangrar o aplicar sanguijuelas al epigastrio, y si hay mucha debilidad se recomienda el uso del éter y del agua de Seltz.

Seguidamente explica el tratamiento fisiológico, que es el que él aplica con sus colaboradores en el hospital Val de Gracia en París. Comenta que tras comprobar que el uso de las bebidas calientes no daba buenos resultados y que los enfermos suplicaban que le dieran agua fría empezó a suministrar esta. La toma en abundancia del agua fría trajo consigo el aumento de las evacuaciones tanto por arriba como por abajo. Para evitar esto  empezó a suministrarles hielo en pequeña cantidad, encargando que lo tragasen; actuación que producía buenos resultados.

Para producir el calentamiento exterior recomienda la aplicación de calor en las extremidades inferiores, evitando el pecho y no se muestra partidario de las fricciones. Todo lo anterior lo completa, para combatir la inflamación, con el empleo de sanguijuelas que coloca en el epigastrio y en medio del abdomen.

Varios boletines de octubre y noviembre incluyen la Real Orden con métodos curativos del cólera-morbo, elaborados por la Real Junta Gubernativa de Medicina y Cirugía. En el primero de los boletines citados, de 24 de octubre de 1833, se explica que los remedios citados en el informe elaborado son  resultado del análisis comparativo de los métodos propuestos hasta la fecha. En los boletines siguientes (36, 38 y 40) se explican las actuaciones a realizar, según el periodo de la enfermedad. Para la fase inicial se recomienda el lavado del cuerpo con agua jabonosa y con esponja muy caliente, secando luego con franela o lana caliente. Se completaría con la toma de infusión teiforme de flores de manzanilla, hojas de té u otro aromático ligero, añadiendo si pareciera conveniente unas quince o dieciocho gotas del espíritu de Minderero. Si aparecen otros síntomas como la diarrea se dará agua tibia al enfermo para provocar el vómito. Si este no se produce se aconseja administrar la ipepacuana en polvo una o más veces. A los enfermos jóvenes y más fuertes se les puede sangrar el brazo una o más veces. Si no hay mejoría y se produce irritación en el estómago e intestinos se aconseja aplicar sinapismos en todo el vientre, así como lavativas emolientes y mucilaginosas, a las que se añadirá un poco de laudano. Si hay amenaza de entrar en el segundo periodo se aplicará una ancha tira de emplasto de cantáridas  en el espinazo.

En el periodo álgido incipiente, en el que hay vómitos, calambres, supresión de orina, poco pulso, extremidades frías… se darán pequeños y frecuentes sorbos de agua de nieve o pedacitos de hielo. Si hay poco pulso podrá hacerse una sangría abriendo la vena yugular e incluso la arteria temporal. Simultáneamente se reanimará la circulación con linimentos excitantes como la tintura de cantáridas, alkali volátil… y se aplicarán también sinapismos en el vientre y en las extremidades y se pondrán ladrillos de sal muy calientes en las plantas de los pies. En el periodo álgido (cianosis, extremidades muy frías, contracciones musculares…) se aconseja aplicar más abrigo y repetir las actuaciones ya indicadas, así como dar más a menudo agua helada o trocitos de hielo y lavativas de agua y vinagre frías.

En el periodo de reacción, los facultativos utilizarán los medios que estimen más pertinentes. Si es irregular, deben decidir prescribir el plan antiflogístico, o el revulsivo y excitante, o el conocido con los nombres de alexifármaco o antipútrido. Se recomienda no dejar de vigilar la evolución de la enfermedad en este periodo en el que pueden persistir la diarrea, los vómitos y los calambres. Se pide también la docilidad del enfermo que puede empezar a tomar caldo ligero el primer día, al siguiente o al otro una miga de pan o un poco de sémola, o de arroz; todo ello con prudencia y según evolución. Se recomienda también que haya salas de hospital exclusivas para los enfermos convalecientes.  

En el BOP, nº 42, de 14 de noviembre de 1833, hace referencia a la Memoria sobre un nuevo método curativo del cólera-morbo por el Dr. Ranque, que explica que dicho método es uno de los que más han prevalecido y con mejores resultados obtenidos. Estas razones, junto con su inocuidad y su facilidad de uso, le dan preferencia sobre cualquier otro. En dicho documento hay dos primeros apartados muy interesantes, en los que el autor avisa a los prácticos sobre varios aspectos a tener en cuenta y les hace algunas advertencias. Para la aplicación de un corto número de enfermedades propone remedios nuevos que estima interesantes y que ya ha aplicado, con buenos resultados, en Francia.

Por razones de espacio nos detenemos en el apartado nº 5, dedicado a las conclusiones. En el cólera-morbo solamente neurálgico y poco intenso nos contentamos con oponer un medio baño, haciendo aplicar en seguida sobre el abdomen o el epitema no espolvoreado, o la cataplasma de harina de simiente de lino espolvoreada, con el alcanfor, el tártaro estiviado y la flor de azufre, y después las fricciones en lo interior de los muslos, de las piernas y en el espinazo con el linimento sedante, compuesto de agua de laurel cerezo, el estracto de la belladona y el éter sulfúrico; finalmente, hacemos uso solamente de las bebidas acuosas ligeramente aromáticas.

Para el cólera-morbo neurálgico más intenso introduce algunas modificaciones. Recomienda cubrir todo el vientre con el epitema muy bien espolvoreado; pero en lugar de linimento sedante, recurrir al limento estimulante y tónico. Compuesto de aceite de manzanilla y tintura etérea de quina amarilla, y remplazar las bebidas acuosas aromatizadas, por el agua, ya de cebada o ya de grama mezclada con una gran cantidad de vino de Alicante, u otro vino conocido de la misma especie.

Un nuevo método curativo, el del licenciado don Pedro Vázquez, lo encontramos el BOP, nº 48, de 28 de noviembre de 1833. En la edición consultada hemos encontrado una introducción sobre la enfermedad, a la que el autor califica de rarísima, en la que se muestra muy crítico con los remedios y medicinas aplicadas hasta el momento, a la vez que muy seguro de la eficacia de su método, pues estaba persuadido de que la enfermedad no era contagiosa, y de que solo podía atacársele arrancando la bilis depositada en el estómago y humedeciendo extraordinariamente al invadido.

Vázquez no presta atención a los síntomas con los que se presenta el cólera, sino a la causa que los produce, el depósito de bilis en el estómago, que chupa toda la humedad que necesita el cuerpo humano para su conservación. El tratamiento lo resume diciendo que el cólera se cura promoviendo los vómitos y bebiendo mucha agua. Por el contrario, se manifiesta en contra de la utilización de medios propios de otros métodos, como las sangrías, sanguijuelas, sinapismos, vejigatorios, ladrillos calientes, fricciones, sudoríficos y toda clase de remedios debilitantes. Sí recomienda usar botijas de agua caliente, bien tapadas y envueltas en una bayeta, para calentar los pies fríos de los enfermos. Finalmente, y a modo de preservativo, recomienda a los que ya han padecido el cólera y a los que se han librado de él, es decir a todas las personas, tomar aguardiente anisado en ayunas y a continuación un vaso grande de agua. Antes del desayuno, comida y cena recomienda beber un poco de vino de la tierra, seguido de medio vaso de agua, no volviendo a probar el vino y sí el agua durante estas comidas.

En 1834 el cólera se extiende por la provincia y de nuevo son muchos los boletines dedicados a esta materia. En el nº 10, de 26 de agosto de 1834, aparecen varias noticias sobre el cólera en diversos pueblos de la provincia, pero lo más significativo es un apartado titulado “De la viborera, aplicada a la curación del cólera morbo-asiático” en la que se informa sobre el ensayo practicado, con éxito,  por los profesores de Medicina  de Murcia, en la curación del cólera morbo asiático con los polvos conocidos con el nombre de Viborera.

Pocos días después, en el boletín nº 13, de 3 de septiembre, continúa la exposición sobre la viborera. En ella se alude a varios casos de enfermos que se curan y a su toma sin descifrar la composición exacta. Los profesores se muestran conscientes de que hay que aumentar el número de pruebas para validad dicho método curativo y afirman que no hay que correr y son partidarios de extender dicho método a los pueblos de la provincia donde hay casos de cólera. Sigue un apartado dedicado al origen de los polvos, su composición, nombres botánicos y vulgares y modo de administración, lugares de la provincia y otras cercanas donde abunda, utilizada en otras ocasiones para curar a animales con rabia o personas con picaduras de serpientes


Los métodos curativos frente al cólera morbo asiático que comentamos arriba, son un claro reflejo del concepto de la enfermedad que reinaba en el siglo XIX antes de que Pasteur y Koch demostraran el carácter microbiano de las enfermedades infecciosas. La hipótesis miasmática establecía que la enfermedad se transmitía por el aire en forma de miasmas, efluvios que desprendían las sustancias en descomposición, malolientes, las aguas estancadas o los propios cuerpos de los enfermos; esto hizo que las medidas para prevenir o evitar la transmisión de estas enfermedades fuesen fundamentalmente ambientales o tendentes a reducir la actividad de sectores que pudieran provocar malos olores, como eran las fábricas de cuero, los mataderos, mercados. Éstos, en los arrabales y en las zonas más deprimidas, parecían explicar por qué las epidemias afectaban con más crudeza a los barrios más humildes y a las gentes más pobres. No se prestaba la atención necesaria a la transmisión a través de aguas o alimentos contaminados con heces fecales. Así, eran frecuentes medidas como quemar hierbas aromáticas con la intención de purificar el aire y librarlo de los malos olores.

Muchos de los remedios antes descritos se comprenden hoy desde la perspectiva de la hipótesis del desequilibrio entre los humores del cuerpo como desencadenantes de la enfermedad. Muchas de las medidas iban encaminadas a provocar vómitos entre los afectados para de ese modo favorecer la expulsión de bilis o a extraer sangre, en algunos casos con la ayuda de sanguijuelas. Estás prácticas indudablemente agravarían el estado de los enfermos al favorecer la pérdida de fluidos y por tanto aumentar la deshidratación del organismo, en esencia la causa última que llevaba a la muerte.

El uso terapéutico de las plantas fue otro de los remedios más extendidos frente al cólera. En los distintos números del BOP se hace referencia a algunas: borrajas, manzanilla, mostaza, ipecacuana o aristoloquia. Uno de los productos más utilizados fue el polvo de viborera,  una mezcla de cuatro plantas: el cardo cuco o cardo corredor, la viborera, el pendejo o aliso espinoso y el poleo blanco.

En los pacientes afectados por el cólera morbo asiático la muerte sobrevenía por deshidratación. El tratamiento más eficaz para esta enfermedad hubiera sido reponer los líquidos que se pierden en las deposiciones. Provocar vómitos o llevar a cabo sangrías agravaría la pérdida de líquidos en los enfermos conduciéndolos a la muerte. Tratamientos como los ladrillos de sal calientes o las fricciones únicamente podían mitigar la baja temperatura del cuerpo de los pacientes, probablemente asociada a la pérdida tan importante de líquidos que tenían, pero no era eficaz frente al agente causante ni frente a la deshidratación. Conceptos erróneos de la enfermedad como la hipótesis miasmática o la del desequilibrio de los humores corporales presentes en la época llevaron a tratamientos con efectos perniciosos para los afectados o a la adopción de medidas que redujesen -a través de una mejor higiene personal- la transmisión fecal-oral de la bacteria causante del cólera. Este desconocimiento fue además responsable del pánico que desencadenaba el cólera para el que no se veía forma eficaz de evitar su transmisión. Todos estos factores, unidos a las deficientes condiciones higiénicas y sanitarias en las poblaciones y al hacinamiento de los más desfavorecidos explicarían la elevada mortalidad que sufrieron las poblaciones en las distintas oleadas del cólera morbo asiático.

    • Para saber más sobre estos métodos curativos pueden leer un trabajo nuestro “Los métodos curativos del cólera en el Boletín Oficial de la Provincia de Jaén (1833-1834). Algunos datos sobre Alcalá la Real”. Pasaje a la Ciencia, nº 22. Alcalá la Real. IES Antonio de Mendoza. 2021,  pp. 93-106.


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