jueves, 16 de septiembre de 2021

El cólera morbo asiático: la plaga del siglo XIX

Mujer joven que murió de cólera, retratada cuando sana y cuatro horas antes de morir (Imagen de dominio público: https://wellcomecollection.org/works/vt5g3jxf).



Desde un punto de vista epidemiológico, el siglo XIX es la centuria de las grandes pandemias de cólera. En España, a lo largo de ese periodo, esta enfermedad tomó el relevo a la fiebre amarilla y se presentó al menos en cuatro ocasiones, provocando una elevada mortalidad. Hasta entonces, era endémica de la zona del río Ganges en la India; sin embargo, el desarrollo de los medios de transporte hizo que comenzara a extenderse a través de las rutas comerciales dando lugar a una serie de oleadas que se expandieron por todo el mundo. A nuestro país llegó por primera vez en enero de 1833, entró por Vigo procedente de Portugal. En Andalucía lo hizo desde el Algarve portugués. Durante 1834 se extendió por toda España y las estadísticas de la época señalan cerca de cuatrocientos cincuenta mil afectados y más de cien mil muertos en la primera oleada, aunque probablemente estas cifras estén subestimadas.

El Boletín Oficial de Jaén, en su edición de 19 de septiembre de 1833, fecha en la que el cólera comenzaba a extenderse por Sevilla y Huelva, hace una descripción de los síntomas de la enfermedad: dolor de cabeza, mareos, sed con apetito por las bebidas frías, vómitos, diarrea, frío intenso en el exterior y calor en el interior, dolores de vientre y calambres. Una descripción muy benigna de la enfermedad, sin lugar a dudas para no alarmar a la población. José Antonio López Cordero, en su libro Sociedad y economía del Jaén Isabelino, añade a los anteriores la alteración del semblante, la languidez de la mirada y el hundimiento de los ojos, el color azulado alrededor de los párpados y los labios que se extiende por la cara, la afonía, la lividez de las uñas, las arrugas en los dedos debido a la deshidratación, el sudor helado, la pérdida de conciencia y la muerte. Algunos de estos rasgos se pueden apreciar en la ilustración con la que abrimos esta entrada.

Son varios los factores que pueden explicar el elevado impacto del cólera en la sociedad de la época. Por un lado, las deficientes condiciones higiénicas y sanitarias de las poblaciones de la época; por otro el propio concepto de la enfermedad infecciosa que reinaba entonces. Las epidemias se relacionaban con alteraciones de la calidad del aire, con unos agentes denominados miasmas cuyo origen estaba en aquellos lugares donde se producía la putrefacción del aire, desde donde se transmitía y contagiaba la enfermedad. La piel era especialmente sensible a ellos, y como recogía el Boletín Oficial de la Provincia de Jaén y referíamos en una entrada anterior, se proponía la existencia de causas digestivas predisponentes -como el consumo de determinados alimentos- y otras que afectaban directamente al cutis -como cambios bruscos de temperatura, baños fríos- que favorecerían la acción de los miasmas.

La enfermedad, paralelamente, se explicaba por la teoría de los humores, que proponía que aparecería como consecuencia del desequilibrio, bien por la falta o por el exceso, de determinados fluidos corporales, entre los que se encontraba la bilis o la sangre. Ambos planteamientos resultan necesarios para entender desde nuestra perspectiva actual los tratamientos que se aplicaban frente al cólera en el siglo XIX y la inutilidad, cuando no lo pernicioso, de los mismos. A estos remedios dedicaremos una próxima entrada en este blog.

Los primeros indicios acerca de la naturaleza del agente causante de la enfermedad vinieron de los trabajos de John Snow, quien a mediados del siglo XIX relacionó el cólera con el consumo de agua contaminada de una fuente de Londres. Años después, Pasteur y Koch desarrollaron la teoría microbiana de la enfermedad pudiéndose atribuir el cólera morbo a una infección por la bacteria Vibrio cholerae.

Hos día está claramente establecido que el cólera es una enfermedad infecto-contagiosa que se transmite mediante la ingestión de agua o de alimentos contaminados por algunas variedades de Vibrio cholerae por transmisión fecal-oral. Tras se ingerida, la bacteria se multiplica en el intestino delgado produciendo una toxina que favorece la salida de agua de las células provocando una diarrea grave que puede conducir a la deshidratación y a la muerte en poco tiempo si no es tratada. El tratamiento consiste en la rehidratación oral y en la reposición de los líquidos perdidos; en los casos más graves es necesario rehidratar al paciente por vía intravenosa, mediante sueros. Los antibióticos solo están recomendados en los casos más graves. Existen en la actualidad tres vacunas que se administran oralmente y cuya efectividad está comprobada; en ello fue pionero un español, Jaime Ferrán, quien desarrolló la primera vacuna frente al cólera en 1885, la primera también en ser aplicada frente a una enfermedad bacteriana.

Pero a pesar de todos estos avances, el cólera aún no se ha erradicado: la Organización Mundial de la Salud calcula que cada año se producen en el mundo entre 1,3 y 4 millones de casos de cólera y entre 21.000 y 140.000 defunciones, especialmente en países pobres. Como ya lo fue en el siglo XIX, el cólera sigue siendo un lamentable indicador de desigualdad social en este mundo avanzado del siglo XXI.

No hay comentarios:

Publicar un comentario